Una vez, hace tiempo, fui con mi hija y mi mujer a un circo que venía desde México.
Un circo pobre, en un pueblo pequeño, un puerto.
Cuando terminó la función fuimos a cenar a lo que llamábamos hogar en ese tiempo, pero el calor nos echó a la calle de nuevo.
Era viernes, estábamos de vacaciones hasta el siguiente lunes, sin el menor remordimiento.
Sé de pocos lugares donde es costumbre salir a la calle después de cenar. Ir a pescar al malecón, pasear por el bulevar, comer helados, a tomarse un refresquito, como dicen por allá.
A esperar a que refresque, a que llegue el viento que viene del mar, para poder dormir sin sudar.
Los restaurantes son muy baratos, después de cenar en casa. Si estás lleno no te puedes emborrachar, por lo menos con cerveza tibia, que es lo que se consigue en los restaurantes del puerto en este cuento.
Coincidimos con los integrantes del circo en un restaurante pequeño.
Los mariachis y los payasos eran colombianos, los enanos y los vaqueros portorriqueños, una linda argentina hablaba papiamento, el león era peruano y había un chimpancé brasileño. Yo no le creí, pero el tipo de los cuchillos aseguró ser llanero, pero tenía acento sureño.
Me dijeron que el único que tenía visa de México era la Jirafa macho, que se estaba muriendo de viejo.
El presentador y varios taquilleros aseguraron haber sido artistas, ¨Músicos serios¨, venidos a menos.
Excepto Puerto Pelo y otros puertos del Caribe, a las tres de la mañana casi todas las ciudades del mundo son frías.
La luz se fue a las doce o la quitaron, eran casi las tres y el payaso seguía contando cuentos.
Los dueños del circo estaban tristes, la elefanta se les había muerto, la trapecista estaba embarazada, le debían dinero a un alcalde o a un general o ambos, no me acuerdo.
Además las entradas disminuían continuamente debido a la televisión, la globalización y el progreso.
Yo conté que cuando era pequeño, en el pueblo donde nací, la llegada del circo era un gran evento. Que una trapecista fue la primera mujer por la que sentí deseo. Que un amigo, que también quería ser mago, consiguió empleo en un circo y se fue con él y nunca volví a tener noticias de él. Que aun sentía envidia de él.
El dueño me preguntó el nombre del pueblo y sonrió.
Mi amigo casi había hecho magia, se había casado con la hija del dueño del circo y la trapecista.
Me dijo que la verdadera magia no da dinero, que es para la gloria de Dios y estuve de acuerdo.
Que en los circos el mago, no tiene el mejor empleo, que lo tiene el que controla a los taquilleros, si es inteligente y tiene don de gente.
Que nunca había vuelto al pueblo, más que todo, por falta de una combinación apropiada de tiempo y dinero.
Me reí mucho cuando me dijo que había descubierto, en muy poco tiempo, que lo que nosotros queríamos cuando éramos pequeños no era ser magos sino genios, pero que incluso los genios dependen del dueño de la botella y el que controla la tapa.
Le confesé que yo me había demorado más en darme cuenta y que como no yo conseguí empleo de mago en un circo, quise ser escritor, pero que lo que realmente quería, era ser genio.
El me confesó que aun seguía haciendo algunos intentos y que estaba convencido de que uno podía lograr todo lo que se propusiera, si hacía un esfuerzo serio.
Como mi hija y mi mujer se estaban durmiendo, aproveché para hablar acerca del cuento que estaba escribiendo en esos días, estaba basado en dos hechos:
1. Había visto abandonando la orilla, en la madrugada, casi subrepticiamente, a una tortuga marina y la orilla era ya casi una acera, un muelle de un puerto.
2. Había visto la sombra de una manta raya gigantesca y los pescadores de la orilla le habían lanzado piedras porque era muy extraña, grande y quizá fuera peligrosa.
Así que el cuento de ciencia ficción se trataba de un ser que planeaba ente las estrellas buscando el sitio donde anidaban sus antepasados, para poner sus huevos y llegaba a la tierra y la fuerza aérea la atacaba porque se temía que fuera carnívora y alguien decía que si fuera vegetariana de todos modos había que espantarla porque era muy grande y podía acabar con selvas enteras.
Cuando llegó el viento desde el mar, casi todos dormían con la cabeza sobre las mesas.
Quedamos en vernos de nuevo y acordamos que el que primero llegue a genio pagará la cuenta de todos.
Ambos esperamos que el próximo encuentro sea cerca del Caribe, de su encanto y misterio o no muy lejos.