El Extraño Caso Del Loro Que Se Puso Borroso
Un hombre se despierta, pone la cafetera, se baña, desayuna algo de la nevera, toma café, vacía las tripas, se viste, le levanta la cubierta a la jaula de un pájaro, le pone agua y comida, y casi le grita: Buenos días cotorro, otro día de la vida se inicia, por lo menos hay agua y comida.
El loro se desencandila, canta su discurso que suena a buenos días, y él puede ver en el iris de los ojos del loro que aún no lo olvida.
Esa es la rutina desde que murió la dueña del loro, él se aferra al guion, como se aferra al pasamanos de las escaleras: Por precaución.
Ha militado en la tropa de fanáticos de un equipo de fútbol, ha sido padre, esposo, empleado, escéptico pero amable y nunca ha tenido la complicidad fanática necesaria para militar en un partido político, pero ahora es viejo, viudo, está retirado y sabe que no le quedan o no le interesan más papeles que representar en la película de la sociedad, como decía el gran comediante Benítez del Tordal.
También ha sido alcohólico todo el tiempo en que solo ha tenido la responsabilidad de llevar su vida. Ha podido librarse del alcohol solo cuando fue responsable de la vida de alguien más. Solo hay un loro entre él y la soledad, y sabe que sin el bastón del alcohol jamás ha podido caminar los aburridos caminos del desierto de la soledad, como decía el gran poeta Guariez Tellerio.
A esta edad uno se desencanta de los entusiasmos, ha escrito en su diario.
Tiene sesenta y cinco años, y ya ha renunciado a hacer su autobiografía con los apuntes de su diario porque sabe que sería exageradamente aburrida.
Llegó a guardar tres diarios llenos, pero cuando se le perdieron en una mudanza, decidió no buscarlos mucho, porque no había en ellos nada original ni divertido.
En la noche la rutina es más sencilla. Le mira los ojos a loro, lo revisa y no nota ningún indicio de enfermedad, le dice: hasta mañana cotorro, tapa la jaula, el loro nunca dice nada, y él se va al baño a orinar, cepillarse los dientes, mirarse en el espejo y decirse: Otro día más, a descansar.
Cuando murió su esposa lo tentó la idea de dejar libre al cotorro de unirse a las bandas de loros salvajes que merodean en los parques y se han apropiado de los árboles frutales, pero dado el carácter apacible del cotorro y su avanzada edad, abandonó la idea porque estaba casi seguro de que no lo iban a aceptar en ninguna de ellas, y aunque el cotorro se echaba sus discursos más electrizantes cuando alguna de esas bandas merodeaba su edificio, y daba la impresión de que aprovecharía el menor descuido para volarse, cuando olvidaba cerrar la puerta de la jaula, el cotorro nunca se había escapado. El cotorro es como yo –se dijo— no va a ser capaz de soportar la libertad.
Ha olvidado hasta el padre nuestro, pero le ruega a Dios que no lo deje caer en la tentación del alcohol, y que si lo deja caer, que no lo deje ponerse un ridículo borracho llorón, y que si ese es su deseo irrefrenable, que se haga tu voluntad, y que entonces por lo menos deja que les responda con normalidad y amabilidad las llamadas telefónicas o los correos y chats que pudieran hacerle los hijos. Ha borrado sus contactos en su teléfono para no tener la tentación de llamarlos. “Santo remedio” se dijo cuando lo hizo, también dijo “Amén”.
En la cama navega la web hasta que le da sueño, muy pocas veces se ha quedado dormido sin antes poner a hibernar a los equipos que lo requieren, pero de todas maneras le ha configurado con detenimiento el protector de pantalla y las opciones de ahorro de energía de todos.
Nunca ha soñado con el loro. A veces sueña con su esposa y sus hijos, pero lo poco que recuerda de sus sueños no le causa ningún desasosiego.
Todo se repite de lo más normal como un año, hasta que un domingo al destapar al loro nota que este comienza a ponerse borroso, todo lo demás lo puede ver bien, le toma una foto al loro y no hay manera de que el enfoque automático de la cámara de su teléfono logre una foto nítida del loro, prueba con el modo profesional y tampoco lo logra enfocar, le dan unas ganas inmensas de tomarse un trago de lo más fuerte que tenga, pero no tiene sino café y como es domingo las licorerías están cerradas. Puede pedir pizza con cerveza, pero sabe que su sed es de vodka del más fuerte. Tres tasas grandes de café y seis cigarrillos después el loro sigue borroso. Decide salir y por precaución deja todas sus tarjetas y se lleva dinero solo para un taxi.
Se mira su reflejo en las vidrieras, en los espejos que encuentra. Está nítido como siempre, prueba con los conocidos, nadie le nota nada raro, juega varias partidas de ajedrez, gana y pierde con los mismos de siempre, y a nadie le llama la atención o le causa extrañeza algo que diga o haga, le pide el favor a una amiga que es enfermera de que le busque una basurita que le cayó en un ojo y él aprovecha para enfocarla de cerca. Todo nítido, decide regresar a su apartamento y no buscar alcohol en los bares, ni en los sitios secretos donde los conocidos pueden comprar todo el alcohol que se puedan costear así se oponga el gobierno.
Abre la puerta, va al balcón y ahí está el loro, cada vez más borroso cantando claro y alto su discurso crepuscular teniendo como fondo un ocaso violeta sobre la ciudad que se nota que cada vez es más violenta y cruel sin necesidad de revisar las estadísticas de las salas de emergencia de ningún hospital. Va al baño y se sienta en la poceta a pensar con un tasa de café y una caja de cigarrillos recién abierta. Se revisa en el espejo, todo normal, regresa al balcón, le dice: hasta mañana cotorro al loro borroso, tapa la jaula y se va al escritorio a buscar si hay algún síndrome o enfermedad mental que haga que uno comience a ver borroso algo o a un animal en especial. Nada. Se va a la cama y sigue buscando hasta que se queda dormido sin poner los equipos a hibernar.
Amanece un lunes normal, medio lluvioso, las noticias no son más alarmantes de lo normal, pero hay cuatro cosas que rompen la rutina:
A- Ha soñado con el loro
B- Le da miedo ir a destapar su jaula.
C- No tiene ganas de ir al baño.
D- No tiene ganas de desayunar
Decide buscar un veterinario que le quede cerca.
El único que lo puede atender ese mismo día se hace llamar Mascotas Angelicales Como De Otro Mundo Enfermitas. Llena la planilla:
Tipo de la mascota: Loro.
Genero de la mascota: No sé (indefinido)
Raza de la mascota: No sé.
Nombre de la mascota: No me acuerdo.
Saludo de la mascota: Cotorro.
Síntomas: Decoloración.
Lo síntomas ponen agresiva a la mascota o le causan estrés o depresión: No. No. No.
Diarrea: No.
Micciones frecuentes: No.
Vómitos: No.
Va acompañar a su mascota durante el examen o requiere un acompañante especializado: Si. No.
Desea baño, peluquería, recorte de uñas, cepillado de dientes, masajes, compañía del genero opuesto, tratamientos de belleza, o maquillaje: No.No.No.No.No.No.No.No.
La cita queda agendada a las dos y media.
Recuerda el sueño con el loro: El loro lo despedía desde el andén de una estación de trenes en Alemania en la que había estado de paso hacía más de veinte años.
Se da cuenta de que se le olvidó cenar, pero no tiene ganas de desayunar y se decide por tomar café. Pone la cafetera.
Va al balcón. Destapa al loro, el pico está casi invisible, lo vuelve a tapar.
Se obliga a comer algo, se come la naranja que está en la parte más atrás de la bandeja más debajo de la nevera, un día más y la hubiera tenido que botar
Se pasa toda la mañana pagando y moviendo dinero entre cuentas
A las dos y quince se sienta en un sillón en la sala de espera del veterinario, está rodeado de viejos más viejos que él, con animales más feos que el cotorro, y no le provoca hablar con nadie.
A las dos y treinta y uno se acerca al recepcionista y se le presenta ya que no lo ha llamado.
El recepcionista le indica que debe esperar porque los veterinarios están ocupados.
--Hay varias emergencias-- le dice en tono confidencial—puede llevar a su mascota a la sala de socialización, pero veo que es un ave, y no he visto pasar a ninguna.
--Como dice la canción que es tan inolvidable: Aquí voy a estar y me voy a poner a mirarte.
--Nunca la he oído, pero siéntese tranquilo que yo lo llamo.
A las tres y seis, a su lado una señora gorda, seguramente más vieja que él, que lo ha estado mirando descaradamente, y que tiene sentado en su regazo al gato persa más pedante que ha visto en su vida, y le dice:
--No canta mucho su pájaro.
--No, pero creo que es poeta o político porque se echa tremendos discursos—le respondió él observando con detenimiento al gato, que bostezó de aburrimiento cuando se dio cuenta que él lo estaba mirando.
La gorda iba a seguir hablando, pero el recepcionista la llamó y se despidió diciéndole a modo de despedida:
---No sé si el servicio de terapia familiar total inclusiva está disponible para las aves, pero a nosotros nos ha resultado muy beneficioso, me permito recomendárselo.
Fue solo entonces que pudo ver al tipo más insignificante, con los ojos más acuosos y perrunos que había visto en su vida, y que seguramente era su marido. Él no tenía ganas de hablar y no le respondió nada.
A las tres y veinte el recepcionista lo llama, le indica el número del consultorio, el piso y el nombre de la veterinaria, también le indica como llegar a los ascensores, él toma nota de todo en su teléfono por precaución.
En la recepción de la veterinaria la recepcionista le toma los datos de pago, le indica los montos de la consulta y de hospitalización, él acepta pero nota que los honorarios profesionales de la veterinaria del cotorro son más altos que los de los especialistas que trataron el cáncer de su esposa.
-- Déjeme ver al paciente, por favor – le dice con una sonrisa veinteañera, que seguramente hace cuarenta años a él habría parecido retadora.
Él destapa al loro y la recepcionista con la misma sonrisa sin inmutarse le abre la puerta del consultorio.
La veterinaria con una sonrisa dieciochoañera más retadora aún, revisando aún la computadora, y sin levantarse de la silla, le pregunta al loro:
--¿Cómo está la vaina cotorro? Rrrua.
El cotorro mudo, con todo el cuerpo transparente ya, no le respondió.
--Creo, que he llegado tarde, ya está todo decolorado- le dice él.
--Si, ya está cristalino – le dice la veterinaria – estos casos hay que tratarlos rápido, al primer síntoma de borrosidad. Tenemos un servicio de apoyo al deudo, que facilita mucho la superación del trauma debido a la partida hacia mundos mejores de nuestras mascotas, si quieres te lleno la planilla de una vez y le doy prioridad para que te atiendan hoy mismo. El servicio no está incluido en el costo de la consulta
--No creo que lo vaya a necesitar.
--Tenemos servicios funerarios para casi todas las religiones y sectas, pero en lo casos de desvanecimiento total se pueden prescindir.
--Yo pienso igual.
--Solo por cuestiones legales, debemos avisar a algún familiar tuyo, la partida hacia otras dimensiones de nuestras mascotas puede llegar a ser una carga emocional muy fuerte para un solo doliente, ya sabes, papeleo del gobierno.
--Si—dijo él y le dio un número y un nombre inventados para su hija mayor, mientras revisaba en su teléfono los saldos de sus cuentas.
--¿Estás seguro de que no quieres los servicios de ayuda al deudo?
--Si muchas gracias, creo que no se justifica que le haga perder más tiempo.
--Si, ya sabes que estamos a tus órdenes.
--Hasta luego.
--Hasta luego.
La recepcionista le cobró y el pagó.
Afuera en la calle sintió una sed insaciable de alcohol del más fuerte pero se supo contener. Rodeado de gente apurada, él no tenía prisa por regresar a su apartamento a seguir su rutina pero sin el cotorro. Así que se decidió comer un helado y caminar un rato.
Estaba sentado en una banca de un parque comiéndose un helado de los caros cuando un grupo de muchachos se le acercó.
--¿Se te murió el pájaro? – preguntó uno, y todos rieron.
Él no tenía ganas de hablar, así que no contestó.
Vio en los ojos de esos muchachos una sed de dinero más fuerte que la que él llegaría jamás a tener por el alcohol y que el dinero lo necesitaban para comprar algo mucho más adictivo y embrutecedor que el alcohol, y sintió lastima por ellos.
Le hizo falta oír un discurso del cotorro, y pensó que hubiera sido divertido traerlo a pasear al parque, o llevarlo a la playa, pero con la disciplina que había adquirido en muchas despedidas de seres queridos decidió no dejarse pensar en lo que hubiera podido ser.
Los muchachos hablaban y hablaban, parecían estar amenazándolo, y él comenzó a verlos borrosos.
---Les regalo la jaula, muchachos – les dijo.
Parece que eso los enfureció más, así que lo rodearon y uno lo amenazó con un cuchillo y le pidió la cartera.
El sacó casi todo el efectivo que llevaba y se lo tiró en la cara y comenzó a golpearlo con la jaula mientras pedía auxilio.
Los muchachos recogieron el dinero y se fueron corriendo.
Se prometió una botella del más fuerte vodka si llegaba a su casa sin meterse en más problemas, se deshizo de la jaula y caminó.
Ya en el apartamento pidió tres botellas del más barato al supermercado y cuando se las entregaron apagó el teléfono y abriendo el interruptor principal del apartamento, apagó todos sus aparatos eléctricos, se sentó a oscuras en una silla del balcón a ver el fin del ocaso mientras bebía largos tragos directamente del pico de la botella, notó que la ciudad se ponía borrosa, y no pudo evitar llorar por el cotorro.
Li Tao Po
VABM 5/Ene/2023
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