Los Monstruos de la Ciudad
Las luces de la ciudad iluminaban blancas el fondo de las nubes dispersas sobre ella, la luna llena estaba especialmente blanca esa noche.
El poeta había tenido sed de alcohol y ganas de fumar, de sentarse ante una mesa, de comer comida hecha por profesionales de la comida callejera, de hablar con alguien que le pareciera lo suficientemente despreciable para que no le provocara contradecirle todas las estupideces que dijera, ni de enseñarle nada. Quería practicar el cortesano placer de hablar de temas sin importancia con alguien deleznable.
Estaba en el mirador del sur, que era su sitio favorito para tomar cerveza y comer hamburguesas a más de trescientos metros sobre la ciudad, sentado en una mesa del parque.
El problema era que a ese lugar a esa hora solo llegaban parejas y grupos que estaban interesados en socializar solo entre ellos.
Debajo y adelante de él, atrás del vaso vacío de su cuarta cerveza y los restos de su segunda hamburguesa, la noche de la ciudad seguía su rutina de sirenas y luces de neón.
--¿Está esa silla libre? Le preguntó un tipo como de dos metros de alto y cien kilos de peso que traía dos hamburguesas de las más grandes, y dos vasos grandes de cerveza en sus manos.
--Si—Le respondió él.
El tipo se sentó y despachó una cerveza y una hamburguesa en menos de un minuto sin levantar la mirada.
---Bonita noche—dijo antes de atacar a la segunda hamburguesa.
--Si, el aire está limpio, se pueden ver las luces del puerto al final, al norte.
El tipo se levantó y se volteó mirar con el vaso en la mano, dándole la espalda y tapándole la vista de la ciudad.
--Si, y la zona industrial del este—añadió el poeta.
--Permiso, ya vuelvo—dijo el tipo.
El poeta no contestó.
Cuando el tipo regresó con una porción doble de torta de queso y un mocachino doble, se ganó la curiosidad del poeta y hasta le comenzó a caer bien a pesar de que le estaba tapando la vista de la ciudad.
Siempre que estaba en el mirador del sur se preguntaba cuántas historias interesantes de narrar estarían ocurriendo en ese instante trescientos metros abajo, entre los millones de luces eléctricas.
El tipo despachó la torta y el café en el mismo tiempo que él se tomó dos tragos de cerveza.
Cincuenta metros antes, al sur, en el peaje de la autopista interestatal, el tráfico se detenía un poco, pero el flujo continuo de grandes camiones no disminuía mucho con la noche y el ruido le llegaba como el fondo musical de película que el quería hacer, y se titularía algún día: “La ciudad de noche”
--Voy a estirar un poco los pies – dijo el tipo mirando un poco de mocachino que quedaba en su vaso y se levantó.
Chofer de camión grande, pensó el poeta.
Cerca había un hotel con un estacionamiento grande que se promocionaba como el favorito de los choferes.
El poeta había sido chofer varios años, y sabía que los precios y los tamaños de las porciones de la comida del parque eran más apropiados que los del hotel para un chofer cansado que se quiere tomar algunas cervezas antes de dormir sin dejar rastros a las empresas transportistas y de seguros.
El tipo regresó con dos vasos plásticos grandes de cerveza y se sentó dándole la espalda y tapándole su vista favorita de la ciudad y dijo:
--Allá abajo en este mismo instante están ocurriendo cosas que llenarían con monstruos y gente bella varias películas de más de dos horas.
--Si, yo pienso igual—respondió el poeta cuando se recuperó de la sorpresa.
--¿Haz visto monstruos alguna vez?
--No.
-- Yo si, esta es la tercera vez.
--Ah.
--Vienen de arriba—dijo el tipo apuntándole al cielo con su vaso de cerveza, y luego lo vació de un largo trago.
--¿De otros planetas?
--Si—la gente viene al mirador a mirar hacia abajo, pero nadie mira hacia arriba, allá hay monstruos más peligrosos.
--Nunca lo había pensado, pero como nunca ha habido pruebas de que hayan venido seres de otros planetas, no importa mucho.
--¿Tú crees que el gobierno te va a informar si seres de otros planetas nos visitan?
--Claro, no me imagino porque no lo harían.
--Por el poder. Imagina que tú estás en la playa el día en que llegaron los conquistadores españoles a una isla del Caribe. Te conviene aliarte con ellos. Necesitaban traductores y guías, representantes comerciales, proveedores de alimentos.
--Puede ser.
--Es mejor estar de su lado.
--Disculpa la curiosidad ¿Tú trabajas para el gobierno?
--No, soy chofer de camiones de carga grandes.
--Ah.
--¿Y tú?
-- Estoy desempleado, trabajé hace años de chofer, mi licencia y mis certificaciones no están vencidas, pero por la edad no me dan ya ese trabajo, antes era más trabajoso, no podías soltar el volante. Empecé de ayudante, pero ya no son necesarios.
---Las empresas ya están usando vehículos autónomos que ya ni siquiera necesitan chofer.
--Si, eso he visto.
--Las empresas aseguradoras exigen un humano de ayudante cuando el monto de la prima pasa de cierto valor.
--No sabía eso, o sea que eres el ayudante y no el chofer.
--Si, lo que hago es supervisar el sistema de guía, que está siendo monitoreado también desde la empresa transportista. Nadie espera realmente que le pueda corregir un error, de hecho debo pedir autorización para tomar el control, pero estoy ahí, por si acaso.
--Qué bien, respondió el poeta evitando bostezar.
--¿Sabes lo que es un monstruo?
--Supongo que si, algo muy grande, o desproporcionado.
--Si, pero no solo el tamaño físico, puede ser también un sentimiento, una actitud, en fin, una desproporción.
--Si, estoy de acuerdo.
El poeta se dio cuenta de que el tipo no hablaba como un ayudante de camionero, y se comenzó a preocupar porque el tipo hablaba como un detective.
--Si quieres te puedo mostrar el último monstruo que he atropellado- dijo después de un sonoro eructo.
--Con solo ver una foto me basta.
El tipo le pasó al poeta su asistente personal digital.
El poeta pasó como veinte fotos de un grillo negro gigantesco, deslizando los dedos en la pantalla.
--Es la tercera vez que me pasa, la primera fue una cucaracha amarilla, la segunda parecía una mantis y esta se parece mucho a una langosta negra pero como de setenta kilos. Se me atraviesan en la autopista. Nadie me cree, a nadie le importa.
La primera vez que atropellé un monstruo lo llevé a la policía vial, como tengo varios amigos ahí me aconsejaron que me deshiciera de los restos porque no querían llenar los formularios y hacer los engorrosos procedimientos que hay que seguir.
--¿Qué hiciste con los restos de la cucaracha amarilla?
--Los tuve que incinerar, el olor era de carne vacuna, no de insecto.
--¿No se te ocurrió ganar dinero publicando la noticia?
--Mis amigos de la policía vial me explicaron que el promedio anual de atropellamientos de monstruos en la autopista sur occidental es de quince, y que en la ciudad en la ciudad son diez, me dijeron también que si los obligaba a llamar a las autoridades encargadas de esos casos los haría trabajar en exceso, y que a mí me detendrían durante la investigación que en promedio dura seis meses.
--¿Qué te pasó con la mantis?
--Lo mismo, nada más desenredándola de las ruedas estuve como dos horas, me pinchó tres ruedas, el olor era horrible.
--Me parece extraño que siempre esos monstruos anden solos.
--Todo pasa muy rápido, un segundo antes voy tranquilo a doscientos kilómetros por hora, y un segundo después estoy tratando de controlar un camión que pesa con carga cincuenta toneladas. No es fácil.
--¿Qué te han dicho de la empresa transportista?
--Nada, ellos tienen toda la telemetría y las grabaciones las cámaras, solo me mandan la grúa con los mecánicos, creo que solo les interesa la carga y tener el camión circulando. Parece que atropellar monstruos es algo normal.
Con sorpresa el poeta se escuchó a sí mismo diciendo:
--Me encantaría ver la langosta de setenta kilos.
--Está en el camión, en el estacionamiento del hotel, como a cien metros de aquí.
--¿Vamos?
--Si pagas mi cuenta. Es un combo especial número cinco. Creo que deberías pedir dos cervezas más.
El poeta sacó la cuenta, le quedaría lo suficiente para comprar alcohol hasta que cobrara otra vez la pensión de desempleo.
--¡Vamos!
El chofer le pasó su recibo de compra, se levantaron de la mesa y caminaron hacia el camioncito de comida rápida, pero el tipo no lo acompañó hasta la caja y se quedó esperándolo cinco metros atrás.
El poeta pagó y le entregó el comprobante de pago al tipo, para que lo entregara en la salida y pudiera salir del parque.
Mientras caminaban hacia el estacionamiento del hotel el poeta dijo, como para entretenerse en el camino:
--Creo que los monstruos no vienen del espacio, en la Dark Web ofrecen transformaciones corporales que van mucho más allá de la cirugía plástica, y mascotas especiales con capacidad de deshacerse de las mascotas de los vecinos. Los laboratorios de guerra se deshacen de sus experimentos fallidos, en búsqueda del soldado perfecto, en la autopista. Los familiares de algún mutante que tenían escondido lo abandonan o este se escapa, Hay muchos monstruos sueltos ahora.
---Si-- dijo el tipo -- la otra vez supe que los monstruos de un albergue se escaparon.
--Ya no se dice monstruo, sino: ser con características especiales.
--Si, pero estoy casi seguro de que los monstruos que me han salido a mi vienen del espacio, porque ¿quién va a querer transformarse en un grillo negro de setenta kilos, tenerlo de mascota, o de soldado?
--Siempre que vengo aquí pienso en la cantidad de monstruos que deben haber en la ciudad, cuando me prestaste tu asistente personal digital revisé tus datos y vi que trabajas en la policía de protección biológica, ha sido un honor hablar contigo, los admiro, veo que no te alcanza el sueldo, creo que es como una tradición policial – dijo el poeta despidiéndose que ya sabía que el título para su película sería: Los Monstruos de la Ciudad.
--Está bien amigo, solo necesitaba un testigo que quisiera llenar unos formularios, pero me caes bien y no te voy a molestar más—dijo el tipo mientras se dirigía hacia donde estaba otro tipo con uniforme de chofer.
De regreso a su apartamento el poeta publicó lo que anexo abajo, que fue descargado treinta y seis veces.
Un Monstruo Nocturno
Mimetizado en la noche. Negro
con una mancha blanca grande,
y un montón de puntitos, como
venido del espacio, un grillo
llegó hasta mi cama cansado o
aburrido, no sé. A mi gata le
gustó tanto que buscó más. No
encontró. Ojalá vinieran más.
Li Tao Po
VABM 30/Ago/2022
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Este texto continúa la saga del:
Tratado de las buenas costumbres y virtudes de los marcianos
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Borrador para l@s panas
Treaty of the good customs and virtues of the Martians
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