jueves, 11 de octubre de 2007

Orinoco

Orinoco


Yo
Mono de ciudad
Del mundo
Pero del segundo y medio
Pienso en ríos sagrados
En esos que lavan pecados
En profetas sangrientos
De dioses vengativos
De la aséptica matanza teledirigida

Yo
Ignorante y escéptico
Inmerso en el asombro
De un fenómeno natural permanente
Que configura la realidad y los sueños
Muchas millas mar adentro
Y adentro de la selva
Pienso en pirámides, catedrales y templos

Yo
Familia de íberos, caribes y carabalíes
Insolentes y flojos
Pobres por honrados
Falta de oportunidades y suerte
Acostumbrados a dejar todo para luego
Para cuando ya no queda más remedio
Marginales para todo centro civilizado

Yo
Con la poca cultura que me he administrado
Pienso en algunos ríos sagrados
Con tigres, gaviales, vacas, elefantes y templos
Y otros más inocentes
Con jaguares, caimanes, chigüires, dantas y churuatas
Y sonrío con la complicidad con que se saludan
Quienes se mojan voluntariamente
En una suave lluvia soleada



Yo
Palabra indecente
Me pregunto por la suerte
De algún secreto pez o fruto
Por el desenlace de la lucha
Entre el delta y la draga
Por las fogatas de los shabonos
Y por el mercurio del comercio
Sus milagros
Sus encopetados oficiantes
Y sus hornos industriales

VABM 11 de octubre de 2007

jueves, 4 de octubre de 2007

Un millón de catacos

Un millón de catacos


Encandilado por el resplandor de una ola llena de catacos golpeando contra las rocas, te descubrí jugueteando con dos machos, los hacías pelear por ti.

Dirigías una obra basada en los preliminares del apareamiento humano, seguramente inspirada en algún documental de las grandes aves del sur polar, desplegabas los brazos como queriendo volar y nadar a la vez.

Eras bella y la piel te quedaba estrecha, aún no te daba pena usar traje de baño. Me perdí el final de esa obra. Estaba de pesca en un mar que arrojaba su exceso de catacos contra las piedras.

Solo ayer te volví a ver, que vieja eres, la piel te queda más grande que nunca. Vuelvo a quedar fascinado con tu perversa manera de ser. La sonrisa de tus colmillos tiene una eficacia calma y refinada. Eres bella, hueles bien y debes saber rico.

Se nota de lejos que sabes proporcionarte placer y comodidad, animal y civilizadamente me vuelves a tener a tus pies.

Pero vuelvo a estar ocupado otra vez. Ahora busco reflejos de pájaros en los vidrios ahumados de los edificios de oficinas y hago un censo de guacamayos solitarios y de zamuros que vuelan alto.

Vivimos cerca y estoy seguro de otros encuentros más o menos pronto. A pesar de saber que no me convienes y que nunca te ganaré, espero una oportunidad de ganarte en una playa solitaria, una de esas noches en las que el océano vomita sus monstruos, mientras un millón de tenazas de cangrejos cortan los cables que transmiten las señales del resto del universo.

Por ahora bostezo oyéndote hablar de dietas, la elemental urbanidad en la ropa a llevar en la playa y tus preferencias culinarias.

No es coincidencia que te haya llamado mi morsita en vez de mi amorcito, mientras un último pájaro solitario se deslizaba entre el reflejo dorado de los edificios, antes de que lo alcanzaran la noche y sus ciudadanos espantos.

VABM jueves, 04 de octubre de 2007