domingo, 12 de octubre de 2008

La garza gigante blanca del lago de Valencia

La garza gigante blanca del lago de Valencia


Creo que la garza gigante blanca del lago de Valencia, es el animal mítico, que más gente cree haber visto.

Creo también, que de los animales imaginarios, es el que menos atributos mágicos debe poseer, puesto que no es perseguida con mucho ahínco y que de los animales reales, es el más afortunado al no poseer, ningún interés comercial su cría, ni ningún atractivo su cacería. Que yo sepa.

He notado que cuando la gente la cree ver, se limita a notar lo grandes que suelen ser las garzas en el lago de Valencia y la peculiar raya amarilla que tienen algunas.

Yo he creído ver la garza gigante blanca del lago de Valencia varias veces.

La primera vez que creí haberla visto, ella volaba por encima de la autopista, yo iba en el autobús que me llevaba a conocer a Valencia y le comenté al vecino de asiento lo que creía haber visto y él me puso en mi lugar ‐‐ al lado de la ventana, a mirar a través de ella, en silencio ‐‐ diciendo que ojalá hubiera visto yo, la que él había visto varias veces, que convertía en garcita blanquita común, a la que en esos momentos habíamos dejado lejos.

Cuando nació mi hijo, fue la segunda vez que creí haber visto al mítico animal y traté de entablar conversación con un compañero del muro externo del hospital, donde nos exilaban a los futuros padres, que no se aguantaban las ganas de fumar.

Él me miró con la lástima que se reserva a los pendejos sin remedio, cuando comencé a hablar del paralelo que podría haber entre las cigüeñas y la garza gigante blanca de lago de Valencia y logró desviar la conversación hacia temas menos amenos pero más interesantes como las pólizas de seguro, sus coberturas, modos de pago y riesgos de no poderse cobrar. Así como los permisos pre y post natal y las maneras de aprovecharlos óptimamente, en el beneficio del futuro integrante de nuestra población y su familia.

Solo con mucha memoria y esfuerzo, logré volver al tema de las cigüeñas de nuevo, casi de paso, cuando me despedía de él, su señora y su pequeño heredero, obteniendo su invitación a ver las verdaderas garzas reales – Así se dijo que se llaman en el llano ‐‐ en un estero que no le quedaba lejos, pero no me dio el número de su teléfono.

Estoy convencido que podría reconocerlos, si los veo de nuevo, a pesar de haber transcurrido tanto tiempo, porque fue él quien me abrió los ojos con respecto a los sacrificios de los padres y el poco beneficio obtenido de su inversión en dinero, esfuerzo, tiempo y amor, o por lo menos cariño y en el peor de los casos tolerancia a la fealdad y estupidez, porque se comparte la culpa del origen, así sea incierto.

Solo una vez he tenido el placer de tener la mirada y atención de la garza gigante blanca del lago de Valencia. Pero no se vale, porque no fue en ese lago, de hecho fue más o menos lejos, después de Puerto Cabello.

Había aprovechado una falla del carrito por puesto, en el que iba hacia Patanemo y mientras fingía buscar un sitio donde orinar con recato y decencia, aprovechaba para explorar un manglar, cuando una garza gigante blanca del lago de Valencia que vivía por ahí, me echó una mirada desconfiada de evaluación de riesgo.

Parece que decidió que yo no era ningún peligro para ella ni su nido, porque no alzó vuelo y se limitó a mirarme de reojo todo el tiempo que me pareció decente importunarla a ella y dar la impresión de ser poco colaborador, demasiado recatado o estar enfermo, al resto de los pasajeros. Que mediante halagos y muestras de apremio motivaron al chofer a usar el caucho nuevo que tenía de repuesto, para una ocasión especial, convenciéndolo de usarlo, a pesar de que el que estaba pinchado, aun tenía remedio.

Estoy casi seguro de que esa era una garza gigante blanca del lago de Valencia, porque, aunque solo la vi echada, puedo asegurar que era grandísima. Aunque en estos casos, siempre pasa que nunca hay testigos y todavía no me imagino que hacía tan lejos de su lago y además no le vi la raya amarilla.

Mi tercera aproximación al conocimiento del mítico animal, que alguna vez estará en mi escudo de armas, si alguna vez entiendo algo de heráldica y llego a tener armas, y suficiente dinero y tiempo para esos enredos. Fue muy lejos de valencia para ser considerado un avistamiento válido, sin embargo lo incluyo para enmarcar mis sentimientos cada vez que me encuentro con una garza gigante blanca del lago de Valencia.

Voy a poner un ejemplo primero:

Un veterinario amigo mío ‐‐ Que perdió su cargo en el hipódromo, por culpa de una confabulación de sus enemigos, que lo involucraron en un negocio de apuestas. Y solo consiguió, después de una larga espera, trabajo en un granja avícola, y terminó de enfermero de gallinas después de haber sido doctor de purasangres ‐‐ divide a las gallinas en dos familias: Las que él cría aquí en su gallinero tropical y las de raza pura extranjeras que ve en las exposiciones de afuera. Bonitas ambas, pero las de allá lo impresionan por el tamaño y la calidad y cantidad de los huevos que ponen.

Las de aquí quizá producen menos huevos y pesan menos, pero están adaptadas y se enferman menos. Pero un no sé qué le quita el sueño y se la pasa haciendo cruces e inventos, para poder adaptar a las gallinas extranjeras, a nuestro patrio suelo.

Una vez dicho esto, creo que será más fácil entender lo que quiero decir al respecto de lo que siento cuando veo una garza gigante blanca del lago de Valencia y la comparo con las garcitas normales que todos conocemos.

Mi tercera aproximación al conocimiento del mítico animal, como venía diciendo, fue muy lejos, al norte del mítico norte, llegando casi al final de Noruega, en un local donde se entretienen los petroleros, que usualmente están acostumbrados al riesgo en el trabajo y en los entretenimientos.

Lo que sentí viendo a una zorra plateada Vikinga, de casi dos metros, oscilando las tibias y armónicas formas curvas de su cuerpo, con las que ha alimentado sus tres cachorros, agarrada a la tubería de un night club noruego. Me ha motivado a hacer algunos intentos de cruce y adaptación que han resultado infructuosos por ahora, pero esos fracasos no me impedirían seguir haciendo el intento.

Creo que me impresiona demasiado favorablemente el tamaño de las garzas gigantes blancas del lago de Valencia y la cantidad y calidad de sus polluelos, cuando la comparo con las garcitas comunes y corrientes que todos conocemos.

Otra vez, ya llegando a Barquisimeto, me pareció extraño la cantidad de mujeres arias que estaba viendo tan lejos de Alemania, todas en la línea y catiritas.

Por curioso y por tratar de entablar una conversación banal, sencillita e intrascendente acerca de las garzas catiras, con un catire que estaba por ahí, que parecía conocer a mucha gente y saber mucho de algo que producía real. Me tocó soportar al descendiente de alemanes mas fastidioso y pedante que me ha tocado la desgracia de tratar.

Me tuvo dos horas recibiendo un curso de historia patria, haciendo énfasis en el aporte de los Welzares y la casa de Austria al mejoramiento de las razas mediterráneas, indias e inclusive negras.

Para mi mayor desgracia, el catire no solo tenía una finca en el borde del lago de Valencia, sino que era una autoridad en grullas, cigüeñas, gansos, patos reales de los verdaderos y cisnes.

Animalitos que, según su amplia experiencia y ciencia, son del todo superiores en cualquier aspecto a la garza gigante blanca del lago de Valencia, de las que él también disponía en largo número, además de múltiples corocoras de muchos colores, para que le fueran a decorar los atardeceres.

A él, que entre sus antepasados tenía varios faraones, emperadores, papas y reyes. Casi todos de este planetita según él lo suficientemente viejo y resistente, para haber soportado varios imperios arios intergalácticos, sin desgastarse mucho en el proceso.

Por supuesto que yo solo había visto garcitas blanquitas vulgares, comunes y corrientes. Normales pero con rayita amarilla. Nada que ver con las originales que él tenía, que ojala se pudieran cruzar con grullas y cigüeñas, para alcanzar el honor de decorar su jardín, cual vulgar pavo real importado de la tierra, donde los ignorantes como yo, creen que se originó su raza.

Porque la verdad es que su raza proviene de las estrellas y se dedica a fundar imperios que van desde la Atlántida hasta el Azteca, y que después de una breve pausa en Egipto y otra en Grecia, para dejar todo inventado, se dirigió al norte de Europa donde encontró un clima más apropiado a sus humores flemáticos.

Las últimas veces, que he creído ver a la garza gigante blanca del lago de Valencia, no han sido en Valencia sino en Maracay que le queda cerca. También me la pasaba afuera de un hospital, fumando en un muro.

Ya casi no quedaba, al alcance de mis recursos, más por hacer, que rezar, fumar y esperar.

Una mañana al no despertar mi madre de una operación cerebral del día anterior, una médica, con tono ligeramente casual, nos dijo a sus hijos, que los doctores nunca se habían imaginado que nuestra mama estaba tan mal, que quizá tardaría un poco más para abrir los ojos, pero que la muerte es de lo más normal a esa edad.

Todos esos días al ocaso, había sobrevolado el hospital, la que me gusta aun imaginar como la más grande de las garzas gigantes blancas del lago de Valencia.

Vuela bello, es bella, vuela sola, ojala tenga un nido lleno de polluelos.

La imagino una madre sola, de regreso a sus polluelos, en un nido en un manglar, después de su faena de pesca en el lago de Valencia, donde probablemente la pesca era mejor que en el mar, en esa época.

¿Que porque la imagino hembra? Muy sencillo, por la raya amarilla.

El descendiente de alemanes me lo dijo, claro que a esa altura no se la he podido ver, pero se la adivino. Claro que tampoco le he creído todo al germanófilo amigo.

Yo nunca he imaginado a mi madre como una garza, mi imagen de ella es una águila arpía, reina del cielo de la selva.

Lo cierto es que en mi impotencia y desesperación llegué a esperar que, en alguna ecuación no descubierta aun, que en alguna relación de las fuerzas que configuran el universo, solo aun presentida. Mi arpía y esa garza fueran colegas, que compartieran experiencias, se contaran chismes y se dieran apoyo.

Que a mi madre la saludara, de regreso a su nido, a las cinco y media de tarde, de todos esos días, una muy grande garza gigante blanca del lago de Valencia.

Ese día llovió en la tarde, la casi tormenta ocurrió al sur, sobre el lago. El más ancho de los arcos iris, que he visto, me llenó de esperanza. Pero la mayor de las garzas gigantes blancas del lago de Valencia, ese día se desvió hacia el este, antes de llegar al hospital. Ese día lo ignoró.

Escribo esto para aclarar mis ideas, para asimilar el golpe, y para ver si puedo. Ojala que este cuentito pendejo y medio le hubiera gustado a mi viejita, estoy esperanzado porque ella me dijo muchas veces que me quería.

Ojala que al escribir esto no moleste a mis hermanos y al resto de la familia.

Ojala algunos farsantes de Maracay no me obliguen a la venganza que no puede recuperar algunas pérdidas. A pesar de las satisfacciones que brinda terminar lentamente enemistades a escala artesanal, no tanto a escala industrial, como en las guerras.

Ni tampoco a nivel profesional como en cualquier cuerpo policial, si no con la atención por los detalles de una iniciativa particular.

Pero creo en estos momentos, que esa garza gigante blanca del lago de Valencia fue la primera en darse cuenta de que mi arpía, su amiga, ya no estaba ahí.

Mi madre fue, casi subrepticiamente, declarada clínicamente muerta al día siguiente, y caso cerrado, el de después.

Creo que tuvieron que detener con caridad, disimulo y sapiencia, su corazón de arpía reina de la selva, que latía aun con toda su fuerza, por sus hijos, nietos y bisnietos. A pesar de que sus pulmones no podían ya funcionar solos, sin ayuda de un ventilador.

Lo detuvieron para evitar que sufriera más, porque no había ventilador o estaba dañado y para abrir lugar, para otros casos de mayor emergencia y prioridad, según el profesional criterio de los encargados del caso y sus ayudantes, cómplices y encubridores.

Vaya mi mejor saludo a quienes se ganan la vida en ese infierno. Haciendo lo que pueden. Cuando creen que les toca.

Y a los administradores del lugar, que seguramente hacen lo que pueden con los recursos de que disponen, y que los gestionan según su muy honesto criterio, a conveniencia de ellos y claro, de los enfermos.

No he vuelto a ver anochecer en ese triste lugar sangriento del segundo y medio mundo, que funciona como una máquina para disminuir el exceso de pobres enfermos, que parece que actualmente padecemos.

Espero que por ahí aun vuelen las garzas gigantes blancas del lago de Valencia, ojala que acompañadas, ojala que rumbo a un nido lleno de polluelos.

No he podido encontrar, buscando en la web, el nombre del pecado – Creo que debe serlo ‐‐ que cometen quienes quieren más a los animales que a la gente.

En caso de no violar algún copyright, me gustaría llamarlo el “síndrome de la garza gigante blanca del lago de Valencia”. A pesar de que creo que es demasiado largo para ser fácilmente recordado y para ser tallado como mandato en tabletas de arcilla.

Creo que lo he estado cometiendo con mucha gente, con muchos animales, míticos algunos de ellos, hace mucho tiempo.

Vaya mi saludo cordial a la madre de quien se meta con alguna garza gigante blanca del lago de Valencia, o con alguna arpía.

Aunque afortunadamente estas últimas están protegidas por la selva y la selva se fue hace mucho tiempo, de Maracay y Valencia.


VABM 29 Sep. 08.

No hay comentarios:

Publicar un comentario